Basta ya de propaganda LGTBI
6 JUNIO, 2017
Es una evidencia que las personas homosexuales
sufrieron una dura persecución durante el franquismo, aunque, en este caso como en todos, la variante clase social -que hoy
siempre se omite porque lo único que cuenta es la igualdad en la identidad
sexual- era muy importante para determinar la aceptación práctica. En
cualquier caso, lo sintomático e inaceptable era la legislación penalizadora.
Pero de entonces a
ahora las cosas han cambiado sustancialmente y nadie puede pensar que España sea un país donde
la homosexualidad se viva objetivamente con dificultad. Al contrario, Madrid y Barcelona
se han convertido en capitales de la homosexualidad, y serlo acredita un plus, como acaece en el caso
de los refugiados. El ejemplo del Ayuntamiento que preside Ada Colau es claro.
En un pleno acordaron que las personas de aquella condición que fueran
homosexuales tendrían preferencia en la acogida. Cuando pocas semanas después el concejal del PP,
Alberto Fernández, pidió que se diera prioridad a la acogida de los cristianos perseguidos de Oriente, la propia alcaldesa le acusó de ir contra los
derechos humanos y le instó a que
rectificase. Si esta dualidad de trato se hubiera manifestado en cualquier otro
grupo de población, el escándalo hubiera sido mayúsculo, pero tratándose de
homosexuales aquí no pasa nada.
Lo que antes era
persecución se ha convertido en privilegios. Y si lo de antes debe rechazarse, lo de ahora también.
No puede ser que en Catalunya se tramite una ley
contra la discriminación, que no recoja cerca de una treintena de derechos y ventajas que establece una ley anterior, para
evitar la discriminación de las personas LGTBI. La
legislación de un Estado de derecho no puede consagrar una discriminación de
los ya discriminados. Pero esto no sucede porque sí, porque, como ya advertimos
en su momento, la normativa que teóricamente debía evitar la homofobia era en
realidad una compilación de privilegios para este grupo de población que, por su naturaleza abusiva, los convertía
en imposibles de generalizar para el conjunto de grupos que se encuentran en
igual o peor situación.
Existe una acción masiva sistemática de propaganda para convertir a las personas LGTBI en el grupo de
referencia de la sociedad. Si no fuera por la serie House off Cards, en la que
un presidente de Estados Unidos, malo, malísimo, es homosexual, toda imagen
pública de este grupo de personas sería excelsa, angelical, es decir, nada
humana en su perfección, y eso es una comida de tarro porque como sucede con
los seres humanos hay de todo en la viña del Señor.
Ahora la propaganda LGTBI continúa hasta extremos
que superan lo ridículo, si no fuera porque todo es un conjunto que avanza en
la misma dirección: convertir nuestra sociedad no en algo normal, sino marcada y sustanciada en
su cultura e instituciones por la hegemonía LGTBI y por su doctrina necesaria, la perspectiva de
género. Cuando se actúa en estos términos lo que está en peligro es la libertad
y el Estado de derecho, como ya sucede cuando cualquier consideración que no
guste a aquel grupo de presión es denunciada al amparo de las múltiples
normativas que existen. La cosa no va a más cuando llega a la Justicia pero “la
pena de telediario” y la acción represiva en diversas comunidades autónomas ya
son suficientes para que impere el temor a abordar toda cuestión relacionada
con los grupos y doctrina LGTBI
Ahora mismo, el Ayuntamiento de Madrid ha dado un
paso más en este sentido
gastando dinero en una sustitución que en realidad es pura propaganda: la de los
“semáforos homosexuales” que contribuye a presentar Madrid como la capital Gay, y en menor medida, Lésbica de Europa.
Hay que decir basta. Dejar establecido que una cosa
es el trato igual a todas las personas en razón de su dignidad inalienable, y otra el conjunto de normas y prácticas que
intentan convertir a nuestra sociedad en un colectivo LGTBI, porque quien
detenta esta condición tiene privilegios, siempre tiene razón, y no puede ser
víctima de ninguna crítica.
Como escribió el
primer ministro socialista francés, Lionel Jospin, en su oposición al matrimonio homosexual, el
mundo no se divide entre homosexuales y heterosexuales, sino entre hombres y
mujeres unidos, añadimos nosotros, por la común condición de seres humanos. Es
sobre y para la dignidad de ellos para quien se debe gobernar, y no para
variopintas “tribus” que rompen esa unidad humana.